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15 de marzo de 2023

EL PUENTE (Un cuento de Rubén Sada)

 

EL PUENTE

Febrero destila el vapor del estío en el rostro de Jack, que a pesar de caminar buscando la sombra de los árboles, riega con sudor cada paso en el bosque que recorre. Cada mañana sale con denuedo a buscar exóticas orquídeas salvajes con el propósito de cultivarlas y, luego de multiplicarlas, las vende en el mercado de flores. Está obsesionado por encontrar, según había escuchado de su abuela, una especie única entre las treinta mil que existen y que solo se puede encontrar en “el bosque espinoso”. Desde hace un mes viene explorando cada centímetro del área, sin resultados, pero con muchos peligros. Cada gota de sacrificio derramada, vale la pena si consigue “la orquídea diamantina”. Cada gota de sangre vertida por alguna espina, tendrá su recompensa cuando llegue a la meta soñada.

En una de sus tantas recorridas, escucha a lo lejos catorce campanadas, traídas por el viento como si estuvieran allí en el bosque. Pero son de la iglesia del pueblo cercano.

—Pero, ¿cómo puede ser, si el reloj me indica que son las 12:00 del mediodía? ¿Catorce campanadas? ¡Qué extraño! Ah, debe ser porque hoy es 14 de febrero y la fe cristiana celebra el amor y la familia.

Cuando sonó el último gong, un arcoíris se le apareció delante. Quiso tocarlo y descubrió que era sólido. Tenía la forma de un puente... ¡Era un puente! La curiosidad pudo más y decidió cruzarlo. ¿Qué habría del otro lado?

Al tocar tierra, se esfumó el frondoso bosque que había dejado atrás. Jack apareció en un país de fantasía. Un camino con orquídeas a ambos lados lo condujo a una bellísima casa donde lo recibió Lilly, la mujer que siempre había soñado encontrar. Ella lo hizo conocer el reino mientras él se sorprendía con todo lo que veía, muy distinto a la dura realidad que había vivido de joven, porque hasta ese momento no conocía otra cosa que su sacrificado mundo.

Al principio, se sintieron extraños el uno al otro, pero pronto descubrieron que tenían mucho en común. Jack estaba cautivado por la belleza y la imaginación de Lilly, mientras que ella estaba impresionada por la inteligencia y la determinación de Jack. A medida que pasaban tiempo juntos, se fueron conociendo mejor y su amor comenzó a crecer. Lilly le enseñó a Jack todos los rincones de su reino y vivían aventuras increíbles. Jack, a su vez, le mostró a ella cómo capturar belleza, aun en la dura realidad, porque a pesar de que él era fuerte, también era muy sensible. Juntos encontraron el equilibrio entre ambos mundos, separados por el puente.

Un día, él invitó a Lilly a conocer su anterior realidad, la espinosa. Ambos decidieron volver a cruzar el puente en sentido contrario hasta encontrar “la orquídea diamantina”. Pero al regresar pasó lo inesperado: Se encontraron con Samuel, un malvado científico y sus secuaces, que al ver a Jack y a Lilly juntos, intentaron separarlos para estudiar el efecto de la soledad en un paisaje de espinas. Pero los enamorados no se dejaron intimidar y lucharon hombro a hombro y corazón con corazón contra los pseudocientíficos, demostrando que el amor verdadero es más fuerte que cualquier dificultad pasajera y puede soportar un bosque espinoso y hasta ser un bálsamo a las heridas. Desde ese momento los amantes viven felices, cruzando cada día el puente entre el mundo real y el reino de fantasía, donde su amor florece en orquídeas de un día. Y así descubren que la fantasía y la realidad pueden coexistir en armonía gracias al magnífico puente que para siempre unirá a los dos mundos: Un arcoíris de paz. ¿Habrá sido este puente la tan buscada “orquídea diamantina” de la que hablaba su abuelita?

© Rubén Sada. (Arg). 1/02/2023.


11 de diciembre de 2022

SOMBRA EN LA CARNICERÍA

SOMBRA EN LA CARNICERÍA

(Cuento con opción final de votar quién fue el culpable).


  Se acercaban las fiestas y más de un vecino planificaba la compra de carne, proteínico banquete con el que agasajarían a sus familiares. Cientos de miles de luces led dispuestas como guirnaldas adornaban cada rincón de la ciudad. El aire olía a pólvora, pues esporádicamente comenzaban a explotar algunos cohetes con los que por tradición se festejan las fiestas. Por todos lados la gente se saludaba con el clásico estribillo de “si no te veo, felices fiestas”, con un fondo musical de villancicos que predisponían a un humor festivo. 

  Un señor recién jubilado planificaba la cena de Nochebuena, porque en apenas dos días más estaría nuevamente con toda su familia alrededor de la mesa. Fue así que el canoso Braulio se decidió a concurrir con su bolsa de compras a la carnicería de la esquina. Asomándose por la vidriera del local, pudo ver que no más de seis personas esperaban adentro, porque estaba dispuesta en un local no demasiado grande. Pero todavía quedaba un lugarcito para esperar su turno.
  
  Al abrir la puerta de la carnicería y sacar número, se encontró con un intimidante Rottweiler a las espaldas de su dueño, quien se hallaba comprando. Asustado por semejante cuadrúpedo, regañó duramente al vecino, diciéndole en voz alta delante de los demás que ‘no estaba permitido el ingreso de animales’ a un comercio de alimentos: ‘¡Sáquelo a la calle!’ El dueño del can se hizo el que no escuchaba y siguió pidiendo carne.

  Entonces Braulio increpó al carnicero, ‘que no hacía valer su autoridad para cumplir con la ley’, que si el perro no salía del local ‘lo denunciaría a la Oficina de Sanidad del Municipio’. ‘Que su tío era inspector municipal’ y rápidamente lograría la clausura del local.

  El clásico olor a carne fresca del ambiente comercial fue rápidamente reemplazado por el de adrenalina de los soldados en un campo de batalla. Mientras Braulio, con su celular tomaba una foto del suceso a modo de pruebas para su denuncia, el dueño del perro intentó manotearle el teléfono al grito de “guardá esa cámara, vos quién sos”. 

  Como consecuencia, el aguerrido animal comenzó a alterarse, plantándose de frente a Braulio con una mirada asesina. Comenzó a olfatearlo mientras le gruñía de un modo amenazador, mientras otro cliente a dos metros, llamaba con su celular a la policía sospechando que algo pasaría en el instante siguiente.

  El dueño del animal y el carnicero permanecían impávidos ante la situación y Braulio aumentaba su adrenalina al máximo. Mientras tanto, una señora que esperaba con su pequeña hija hipoacúsica al lado, tuvo miedo y amagó a intentar salir del local, con tanta mala suerte que en el preciso instante en que abrió la puerta, pasaron por la vereda unos jóvenes que tiraron un petardo, y la estampida tremenda hizo que el Rottweiler asustado atacara a la niñita en el brazo y le destrozara su pequeña mano. 

  A la voz de “Sombra, Sombra, Sombra”, el dueño del animal nada estaba pudiendo hacer para separarlo de su desprevenida víctima y los gritos de los presentes alteraban mucho más a la salvaje bestia, que no soltaba a su indefensa presa. Entre tanto horror, el carnicero saltó el mostrador con un cuchillo de despostar y se lo clavó al Rottweiler desde atrás, por lo que la bestia no tuvo tiempo de atacarlo y comenzó a desangrarse, transformando al local de venta de carne en el frigorífico donde se la faena.

  La policía tardó unos 15 minutos en llegar a la esquina. La unidad móvil de cuidados médicos tardó otros 15 minutos más. Pero ya nada podía hacerse. Al año, todos los personajes menos la niña, volverían a verse cara a cara en los tribunales. Usted, lector, será el juez.

© Rubén Sada. Cuento basado en hechos reales. 11/12/2022.

ENCUESTA: Para usted, ¿de cuál de los personajes es la culpa de lo que ocurrió?
VOTE POR EL CULPABLE:
Nº 1. El carnicero, por no hacer cumplir la ley. Discutir con su cliente le habría hecho perder la venta.
Nº 2. El dueño del animal, por no obedecer la ley, que dice que ningún animal puede estar en una carnicería.
Nº 3. Braulio, por entrar intempestivamente en el local y advertir la peligrosidad del cuadrúpedo a los gritos.
Nº 4. La madre de la víctima, por llevar a su hija hipoacúsica a un sitio peligroso. Ella tenía que haberse retirado del local ni bien ingresó, al ver que adentro había un Rottweiler y representaba peligro.
Nº 5. Los anónimos jóvenes que tiraron el petardo en la vereda, sobre la puerta de la carnicería.
Nº 6. La policía, que tardó demasiado en concurrir a la carnicería, alertada por el llamado al 911 de otro cliente.
Nº 7. El desventurado destino de la niña. La mala suerte de abrir la puerta en la milésima de segundo que explotó el cohete.
Nº 8. El juez. En el juicio penal por lesiones, solo falló inhabilitación comercial para el carnicero y condenó al dueño del perro apenas con una multa de dinero, haciendo que este hecho no fuera demasiado aleccionador para sucesos similares futuros. ¿Pagar una multa acaso exime de culpabilidad?
MEDITE SOBRE EL CASO Y VOTE POR EL CULPABLE. USTED SERÁ EL JUEZ.

MORALEJA: Cuando la culpa es de todos, se diluye tanto que no es de nadie. 

19 de septiembre de 2021

UN VIERNES DE TERROR

 

UN VIERNES DE TERROR

¡Qué castillo de Bran ni novela de Drácula! Lo que vivo hoy, sí que es de terror. Y ya te lo cuento...
Los viernes siempre me pasa algo... Mi despertador no suena y llegaré tarde al lugar de trabajo. Ma, me voy sin desayunar.
Un neumático del automóvil está pinchado. ¡Maldición! Pongo la rueda de auxilio. Pero cuando quiero arrancar, el tanque no tiene gasolina. Tengo que ir a pie a comprar.
Camino con un bidón hasta la gasolinera, y ¡está perforado! Compro uno nuevo. Vuelvo a donde se quedó el auto.
Pero el coche no arranca. Tengo que empujarlo. Estoy extenuado.
Los viernes siempre me pasa algo... Llego tarde al trabajo y pierdo el premio. Del apuro, mi café se derrama en la mesa del jefe.
El jefe me echa de su oficina. ¡Me rindo!
Me vuelvo y cuando llego a casa, encuentro un trébol de cuatro hojas… ¡Qué esperanza! Pero una hoja se le cae. Ufff.
Llegué a casa. Me cortaron la electricidad porque me olvidé de pagar la factura. Hoy no hay TV ni podré ver el partido.
Oigo un lobo, parece sacado de un cuento de terror. Es mi perro, que está aullando en la oscuridad. Olvidé dejarle comida y me mordió el colchón.
Dormiré en el suelo. Igual, para dormir no necesito luz. Drácula tampoco necesitaba. Le alcanzaba con la luz de los relámpagos en una noche de tormenta como la que se avecina.
¡Uy! ¡Qué miedo! Las primeras gotas ya empezaron a caer.
(Continuará)...

© Rubén Sada. 19/9/2021. 
Cuento perteneciente a mi 13° libro publicado, titulado ZECE FRAZE, pág. 96-97. Traducción al castellano, del cuento original que escribí en idioma rumano.

13 de abril de 2021

CINCO MINUTOS EN EL PARAÍSO (Un cuento de Rubén Sada)

 


*CINCO MINUTOS EN EL PARAÍSO*

 

Una brisa le acarició el recuerdo con la fragancia de los paraísos de la vereda. Faltaban solo “cinco minutos” para que su pequeña hija saliera del jardín de infantes.

Mientras la esperaba, el joven padre se bebía todas las flores de su propia niñez debajo de los paraísos de la cuadra, en correrías a la “escondida” o a la “mancha”, junto a sus vecinitos. Calmo y en la sombra, este aroma floral lo devolvía a su pequeña infancia...

Un “déjà vu” lo trasladó al mismísimo momento en que se puso a juntar las pelotitas que expulsan estos perfumados árboles, compitiendo con su vecinito para ver quién juntaba más en menos tiempo como si fueran “monedas”, en un pequeña caja fuerte de nylon.

A lo lejos se oía la algarabía de los niños adentro del jardín, mientras miró el reloj para descubrir que ahora faltaban “cuatro minutos”. Y volvió a “su” vereda. Ahí estaba Pablito y él lo consolaba por una quemadura que había sufrido con unos cohetes hacía un mes, en Navidad. El olor a pólvora quemada del muñeco, todavía estaba fresco en el asfalto de la calle cortada en la que quemaron al año viejo. Multitudes de vecinos salían con una copa en la mano a brindar en la calle por un año mejor.

Miró el reloj. Faltaban “tres minutos”. Volvió “al campito” donde junto a Juancito remontaban barriletes con cartas para la madre fallecida de su vecinito. Como si ella misma le respondiera desde lo alto, escuchó a su propia madre llamarlo adentro para tomar la leche de la merienda. Descolgaron el barrilete y al acercarse a la puerta de la casa, se respiraba ese dulce olor a cascarilla caliente. Atrás quedaban el otoño, el viento y el aroma de los paraísos: ahora solo importaba el gusto a chocolate que impregnaba sus sentidos y los biscuits que remojaba en él.

Miró de nuevo su muñeca y el reloj marcaba que faltaban solo “dos minutos” para que su muñequita le gritara “papá”, con un abrazo efusivo. Mientras pensaba en su hijita, volvió a la vereda de su paraisal. Había llovido y ese olor a tierra mojada lo hizo viajar hasta allí. Escondiéndose detrás de un tronco, se patinó en el barro y sangró su rodilla, pero ¡qué recuerdo gracioso! Aunque del susto, en ese momento lloraba sin consuelo. Pero su mamá lo escuchó y le puso alcohol y una gasa, ¡para qué! El llanto fue incontrolable. Al recordarlo veinte años después, una medialuna acostada de nostalgia le dibuja la boca.

El reloj pulsera acusaba de que llegaba al final del viaje. En un minuto saldría su pequeña hija y él volvería a su rutina de familia y negocios. Pero en vez de eso, volvió a su infancia al ver pasar a su lado a la mamá de un chico, sosteniendo un ramo de arvejillas en la mano, para obsequiarle a la maestra. ¡Arvejillas! ¡Cuánto añoró el perfume de la enredadera de arvejillas del frente de su casa! Algunas madreselvas y las magnolias del pasillo, le daban al patio del frente un sabor a infancia nunca más revivido. Y en el fondo de la casa, una parra de uvas verdes perfumaba el patio de su niñez...

  —¡Dios! Cómo quisiera volver allá. ¡Qué lindos recuerdos me trajo este olor! Estaría todo mi tiempo bajo este árbol. Su sombra me hizo encontrar el sol de mi niñez, y volví a vivir cinco minutos en el paraíso.

© Rubén Sada. 10/04/2021.


7 de junio de 2020

EL ESPANTAPÁJAROS (un cuento de Rubén Sada)


EL ESPANTAPÁJAROS


Escena: Dos vecinos discuten por un espantapájaros.

1)     — Estimado vecino: Le vengo a pedir “por las buenas” que quite ese horrible espantapájaros que puso en la medianera. La razón es que empezó a darme miedo. Me mira todo el día con ojos amenazantes y “yo no le hice nada... por ahora”.
2)     — Verá, mi apreciado vecino, el monigote está ahí por una razón. ¿Y sabe cuál es? Acertó: ¡Sus pájaros me molestan! Se comen mi lechuguita tiernita y hasta las semillitas que tiro en la tierra, ¿a usted le parece? ¡Ni las semillas me dejan! Y no le permiten a las nuevas plantitas ¡la oportunidad de vivir!
Además “no le hice nada por ahora ¡qué!” ¿Acaso me está amenazando? ¡Entonces el peligro es usted, no el espantapájaros!
1)     — ¿Usted le miró la cara? ¿Se detuvo a observar sus ojos? ¿Le miró los puños? ¿Vio su risa de hiena y su cabeza de zapallo? Cada mañana y cada tarde me detengo a observarlo y en su mirada puedo oler... a la misma muerte. ¡Me espanta!
2)     — ¿Pero qué muerte ni muerte, hombre? ¡Me espanta, me espanta! ¿Acaso es usted... un pájaro?
1)     — Sí. Mejor dicho... no. Pero tengo alma de pájaro. [Recitando]
“Soy un pájaro que vuela
y libre en lo alto anda,
en las alturas del cielo
aunque Dios no me dio alas.
No estoy dispuesto a ser hombre,
que por la tierra se arrastra”.

Y solo vuelo hasta donde ‘usted se arrastra’ para desayunarme y… justo cuando necesito ese descanso, está “él”. Ahí lo veo, me mira, me observa con su fría mirada amenazante, me muestra sus puños y me insinúa “vete o te mataré con estas mismas garras”. Pero ya lo he decidido: “o él o yo”.
2)     — Ahhh... Entonces es usted el que me roba la lechuga...
1)     —Ahí está. ¡Mírelo! Mire qué cara de loco tiene el espantapájaros. Su actitud es impredecible. Ya dejé por escrito que si aparezco muerto investiguen al espantapájaros. ¡Él es el culpable!
2)     — ¿Culpable de qué? ¡Usted está loco! ¡Recién dijo que usted era un pájaro que volaba y ahora dice que el monigote lo quiere matar! ¡Loco! ¡Loco! ¡Usted es un enajenado mental!
1)     — ¿Loco yo? ¡Pues ya verá cómo enloquezco si el espantapájaros me hace algo o amenaza “a alguno de mis hijos”!
2)     [Yéndose] — ¡Lo denunciaré! ¡Loco! ¡Por favor! Ahora resulta que el monigote lo quiere matar, por favor. ¡Lo denunciaré a la policía! ¡Loco!

El vecino nº 2 se va de la escena... y el “hombre pájaro” alza la voz...

1)     ¿A la policía? Yo también tengo armas, ¿qué se habrá creído éste? [Sacando una ametralladora comenzó a dispararle al espantapájaros, quien le sonrió y poco a poco fue cobrando vida] Ahora verás, ahora verás maldito monigote, lo que te pasará por amenazar a mis hijos... [Y comenzando a disparar el arma] Jaaa, ja ja ja, acá tenés de tu propia medicina, ¡amenazarme a mí! ¡Meterme miedo! ¡No te tengo miedo! ¡No te tengo miedo! [ra-ta-ta-ta-ta ra-ta-ta-ta-ta]

Los balazos dieron vida consciente al espantapájaros, quien se le acercó al vecino-pájaro lentamente y lo abrazó. Le dio el más bello abrazo jamás recibido por él en su volátil existencia. Esto hizo que él cambiara radicalmente su modo de entenderlo y lo empezó a ver como un “amigo”.

1)     —¿Estás vivo? Yo pensé que te había matado, ¡perdóname! Tal vez con esta lluvia de balas maté mis propios miedos. Perdóname, querido espantapájaros. Perdóname, “mi nuevo amigo”... [Ambos van saliendo] Ahora que estás vivo conviviré contigo, conviviré con mis propios miedos, y serás mi amigo. No te tendré miedo nunca más. ¡Soy libre! ¡Soy libre! No tengo más miedos... ¡Soy libre! ¡Somos libres! Ven conmigo, “amigo mío”.

© Rubén Sada. 18 de julio de 2013.




9 de mayo de 2020

EL NIÑO DEL ÁTICO (Un cuento de Rubén Sada)



EL NIÑO DEL ÁTICO

 


Cuando yo compré la vieja casona en las afueras de Dresde en Alemania, no imaginaba que sería una caja de Pandora. Conseguí la casa tentado por un amigo martillero que me indicó que los lugares que habían sido bombardeados por la guerra, tendrían propiedades para ser adquiridas a precios de ganga. En muchos casos, sus dueños habrían fallecido como consecuencia de la guerra y simplemente concurriendo al ayuntamiento con los datos de la posesión deshabitada, me darían un plan de pagos a treinta años y podría mudarme de inmediato.

La casona que me interesó fue una de las pocas que milagrosamente quedaron en pie luego de la tormenta ígnea que recibió el 13 de febrero de 1945 la “Florencia del Elba” y sus alrededores, preludio de la rendición del III Reich que sobrevendría tres meses después. Alemania necesitaba ser reconstruida y de allí las facilidades que me dieron para comprarla.

Todavía olía a quemado. El tizne de sus paredes ocultaba la feliz vida de sus antiguos moradores. Cuando comencé las tareas de limpieza y pintura, pude reconstruir en mi imaginación cómo habría sido esa morada. Pero lo que más intriga me causó, fue cuando tuve que subir al ático en busca de una caja, que según el comisionado a cuidarla, contenían los planos de la casa exigidos por el ayuntamiento para aprobar la remodelación.

No había escalera interna para acceder al espacio entre el techo y el tejado, por lo que tuve que comprar una metálica y me animé a subir. Para ingresar, desclavé unos tablones bien sellados y di luz a una abertura luego de 9 años de oscuridad. El tiempo se había detenido allí. Remover las cajas con objetos personales pertenecientes a las víctimas, pareció levantar fantasmas de un pasado de hollín y fósforo. Cuadros muy bonitos maquillados con el polvo del tiempo se hallaban envueltos en un cartón que se desintegraba al simple contacto de los dedos. Aparecieron cajas con libros amarillentos y panfletos antinazis, misteriosamente en perfecto estado, ya que no había bocas de luz que dieran al exterior como para que algún ratón ingresara a roer ese cultural alimento.
Mientras inspeccionaba los misterios del ático, un ruido captó mi atención y al dirigir hacia ese rincón mi vista, entre tanta heredad vi moverse una manta. ¿Tal vez una paloma? No, no podía ser, puesto que no había agujero por el que entrara allí un ave.

Me acerqué en silencio, munido de un palo que levanté del piso. Cuando moví lentamente la manta, tamaña sorpresa fue encontrar que había un niño debajo. Un hermoso niño rubio que me miró a los ojos con un miedo indescriptible. Sostenía fuertemente la rústica frazada con sus dos manitos ajadas. Nunca olvidaré su mirada. En dos segundos, sus ojos celestes y su rostro tiznado me contaron su historia. El niño no hablaba, estaba aterrorizado pues nunca pensó que alguien subiría hasta allí y lo descubriría.

Con mi tosco idioma alemán le pregunté por dónde había entrado, y su silencio me señaló un chapón en el suelo. Removí el impedimento señalado sin sacarle la vista de encima y para mi sorpresa, descubrí un túnel cilíndrico vertical que tenía manoplas de agarre en su lateral, y conducía hacia abajo. Le indiqué que bajara y luego de él me introduje yo.

El canal tubular era interminable y posiblemente había sido construido como un método de escape por la familia, en caso de guerra. Luego de bajar cuarenta escalones, llegamos al sótano de la casa. Yo iba contando cada escalón para, de paso, practicar los números en alemán y él escuchaba cada número. Quizá esto le hizo perder el miedo que me tuvo antes y ahora éramos casi conocidos.
Allí en el sótano, bastante más sucio y abandonado que el ático, pude comprender cómo ingresaba el niño, por esas aberturas que apuntan al jardín del fondo de las casas, simplemente gracias a un vidrio roto. ¡El habilidoso niño habría encontrado el modo de conseguirse una guarida que pensó, jamás descubriría nadie!

Pero allí estábamos. Él y yo, y una historia intrigante por descubrir. Poco a poco comprendí los secretos del silencio, que es el idioma del miedo.

© Rubén Sada. 9/05/2020.

9 de noviembre de 2018

LA HIJA DEL PINTURERO (un cuento de Rubén Sada)

LA HIJA DEL PINTURERO 

(un cuento de Rubén Sada)


“Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. León Tolstoi (1828-1910).

El dueño de la única pinturería del pueblo, atendía su local de ventas junto a su hija, una hermosísima joven que atraía la atención de todos los muchachos del lugar. Su silueta muy provocativa y su impecable cabello eran el marco adorable de su rostro angélico. De voz cual canto de sirena, su melosa forma de seducir con las palabras hacía temblar a los hombres que venían a comprar pintura. Quizás por eso que la pinturería llegó a ser un negocio muy próspero, siempre lleno de “clientes” reclamando ser atendidos por esta bella joven: “la hija del pinturero”.
Pero su padre la celaba, la protegía de todos los ‘aguiluchos’ que la rondaban; por eso ella nunca pudo tener un novio. Él le insistía: ‘No serás carne de ningún buitre. Permanecerás “inmaculada” hasta que yo muera’. Fue tanto su afán por cuidar que ningún mozo se acercara a cortejarla, que un día secretamente llamó a una anciana del pueblo que realizaba prácticas extrañas, y hasta le pagó para que hiciera algo para proteger a su hija.
La anciana hizo un conjuro mediante el cual, cualquiera que besara a la hija del pinturero, se volvería azul. Cualquiera que siquiera se atreviese a tocarla con intenciones pasionales, pasaría a ser un indeseable hombre de piel cerúlea. La malvada anciana garantizó estos tenebrosos resultados.
Una mañana llegó al local un apuesto muchacho que no dejaba de mirar a la damisela vendedora. Ella correspondía las miradas con el deseo hambriento… de ser poseída por él. Es que él le gustó mucho en apariencia. Aún sabiendo que su padre le había prohibido entregarse a un hombre mientras él viviera, ella no pudo dejar de pensar en aquel mozalbete, y entre sonrisas furtivas y atención más que amable, el joven terminó comprando mucha más pintura de la que necesitaba.
Durante las noches siguientes, la hija del pinturero no pudo dormir pensando en su galán.
A los pocos días, el muchacho volvió a la pinturería con la intención de ser atendido por ella, pero esta vez con su rostro y manos teñidas de azul. Cuando ella lo vio, se desilusionó, y lo derivó a su padre para que lo atienda. Al ver a un muchacho de piel azul, el pinturero sospechó que el conjuro de la anciana se cumplía. Y la increpó:
—Tú estuviste anoche con ese desconocido, ¿no? Dime la verdad. Te he prohibido que toques a un hombre... y la señorita, en vez de estar sola en su habitación, ¡está por ahí, besándose con cualquiera!...
—¡No, papá! No estuve con él, ni siquiera lo conozco. Sólo vino a comprar muchas latas de pintura y volvió por más. Es un gran cliente, pero no lo conozco. Créeme, padre…
—¿Cómo quieres que te crea? Sé que anoche te besó, porque eso fue lo que me aseguró la anciana. Que “¡Cualquier tipo que besara a su hija será convertido en un monstruo azul!”
El joven de piel azul llegó a ser el hazmerreír del pueblo mientras por toda la comarca empezó a correr el rumor de que cualquiera que besara a la hija del pinturero se volvería azul.
Pronto este rumor atrajo a la pinturería a más prospectos masculinos para comprar pintura, y de paso “rescatar” alguna información sobre el curioso episodio y conocer a la joven protagonista, quien ya estaba cobrando popularidad. Todos reclamaban ser atendidos por “la hija del pinturero”. La gente del pueblo empezó a pintar sus casas de azul, mientras el pinturero embolsaba más dinero y su negocio prosperaba cada vez más. Unos días después, entraron al negocio unos muchachos de piel azul. Al mirarlos, el pinturero quedó horrorizado.
—¿Y ahora qué me dices, padre? No creerás que estuve besándome con todos ellos, ¿verdad?
—La verdad, no sé qué estará pasando en este pueblo, pero lo averiguaré. —aseguró el padre.
Al cerrar el negocio, el pinturero fue a ver a la anciana. En el camino se cruzó con muchas señoritas de la zona y quedó horrorizado al verlas... todas tenían la piel azul.
El pinturero llegó donde la anciana y le reclamó que en el pueblo había muchos hombres y mujeres azules. Ella le respondió:
—Tú me pagaste por hacer algo y yo lo hice. He cumplido mi parte. Pero en el trato nunca hemos hablado de que mi trabajo fuera para una sola persona, exclusivo para ti. Cuando en el pueblo empezaron a ver que tu pinturería se llenaba de clientes y tú te estabas enriqueciendo, los paisanos me compraron la fórmula y se la vendí a varios más. Además, la piel azul es contagiosa.

Disconforme, el pinturero volvía de regreso a su pinturería y en el trayecto, su piel se fue tiñendo de azul.
©Rubén Sada. 15-01-2013.

18 de septiembre de 2018

UN HIPOCONDRÍACO EN EL SPA (Cuento)

UN HIPOCONDRÍACO EN EL SPA

Mi cuerpo tenía unas pequeñas dolencias y justo llegó la solución, impulsada por un atractivo folleto publicitario que llegó a mis manos: “¡Ir a un SPA!” En las fotos del prospecto se mostraban las bondades de las diferentes piletas dispuestas en el sitio y cada una de sus explicaciones aseguraban brindar beneficios terapéuticos que combatían prácticamente todas las enfermedades, la famosa “HIDROTERAPIA”.

Entonces le pregunté a mi mujer si se animaba a acompañarme y aceptó.

Al entrar juntos al santo “reducto sanificador”, mis ojos no podían creerlo: ¡Ingresar en este sitio era estar verdaderamente en el paraíso terrenal! Una serie de piletas en fila con agua pura y limpia de diferentes temperaturas, cascadas naturales, habitaciones con vapor, sauna, luz suave y una música relajante, bálsamo del aire del silencioso reducto, eran el remedio ideal para restaurar la salud del enfermo más dolido. Y este era mi caso.

Mientras nos poníamos el traje de baño, pensaba: “¡Por fin serán curadas todas mis enfermedades, con el agua milagrosa del SPA! ¿Qué más puedo pedir? Adán y Eva, solos, en el paraíso. Tú y yo en el Edén”. Pero, desde los vestidores noté que el Spa estaba atestado de gente y que ya a esa hora había bastantes personas inmersas en las piletas, quienes supongo, habrán venido aquí por lo mismo que yo: restaurar su salud… Colmado a tal punto que ¡no había casi un lugar para meterse!

La primera pileta, con forma de pie, era muy grande y contenía agua un tanto helada para mi gusto. El letrero decía: “Especial para los pies”. Entonces le grité a mi mujer: “¡Qué bien me hará el agua fría para curar los hongos que tengo en los pies!” Al oírme, las personas que se hallaban en esta pileta, salieron inmediatamente de ella, quedándonos adentro mi mujer y yo solos, (como Adán y Eva, je je).

Luego de un rato nos metimos en otra pileta, esta vez de agua bien caliente. ¡Y qué linda es el agua caliente luego del agua helada! Esta pileta estaba bastante concurrida, pues pienso que la gente se cura más con agua caliente, que con fría. Los esperanzados bañistas estaban cada uno frente a un “jet” de agua a presión, que disparaba una burbujeante agua bendita, tan fuerte que purificaba hasta los intestinos. Pensando en intestinos, recordé mi problemita con las hemorroides y poniendo mi zona afectada frente a un jet, le grité nuevamente a mi mujer: “¡Ojalá este chorro caliente me cure las hemorroides, porque me están sangrando!” ¡Qué pena para los pobres enfermos de esta pileta que todos la hayan abandonado tan rápido al escucharme! Se lo pierden.

La siguiente pileta contenía una cascada de agua templada que caía desde unos dos metros de altura, barriendo con todas las impurezas que el organismo tuviera. ¡Qué plácidos se hallaban tantos concurrentes debajo de esa cascada! Recordé mis frecuentes ataques de caspa y le dije a mi mujer con voz muy fuerte: “¡Esta violenta cascada arrastrará toda la caspa de mi pelo!”. Lástima por los demás, porque al escucharme se fueron todos de la milagrosa cascada.

La siguiente pileta era de agua tranquila y silenciosa. ¡Qué bien me vendría después del ruido de  las turbulentas! Al meterme en la pileta calma, los inmersos que ya estaban allí antes, me pidieron que lo haga lentamente, para no hacer olas. Inclusive noté que no tenía jets y no hacía burbujas. Era un baño de absoluta paz y silencio. Pues bien, me introduje con toda la lentitud que pude. Pero la inmersión en agua templada, tirando a fría, hizo que se me desinflamaran los intestinos de su contenido gaseoso y ¡oh sorpresa! Del agua calma comenzaron a brotar burbujas a mi lado. Aterrorizados, mis compañeros de pileta, ya viejos conocidos míos, huyeron despavoridamente de las pacíficas aguas que estaban siendo perfumadas por las burbujas que desalojaban mis intestinos.

Como ningún adulto quería bañarse conmigo me cambié a la pileta de los niños. Pensé: ¡Qué linda es la inocencia de la infancia! Montones de chiquillos jugueteaban felices en la única pileta infantil del SPA, debajo de un cartel que advertía: “Prohibido zambullirse y gritar”-“Prohibido hacer pipí en la pileta”. Pero parece que estos maleducados no sabían leer o quizás por estar de vacaciones no se enteraron del letrero. Ni bien me sumergí, ¡se tiraban al lado mío de a dos o tres juntos cual si fuese una pileta olímpica, mojando todo a su alrededor y gritando: “¡Al agua, patooo!”. Era tanto el alboroto en esta pileta que me agarró un estrés más grande que el que tenía antes de venir al SPA.

De repente me di vuelta y tenía detrás mío a la encargada del sitio, una rusa con chaqueta militar, quien con una voz ruda y amenazante me advirtió: “Señor: ¡Salga! Su tiempo ha terminado”.

—“¡Vámonos, querida! ¡Qué desilusión! Venir al SPA es perder tiempo y dinero porque al final sigo con todas las enfermedades que tengo pero ahora se me sumó el estrés, que antes de venir no tenía y también se me enfermó el bolsillo”.

© Rubén Sada. 16/07/2014.
CUENTO PREMIADO: Con fecha 19-11-2019 recibí de su directora Graciela Lerici, el 1º premio en categoría CUENTOS del Concurso Temático Anual en el Ateneo Temático, Literario y Artístico "BAJO EL SIGNO DEL AMOR", por mi cuento humorístico "UN HIPOCONDRÍACO EN EL SPA". Muchas gracias por este reconocimiento.


14 de septiembre de 2018

OKUPAS ILEGALES


OKUPAS ILEGALES

—¡Por fin llegamos, por fin! ¡Entrá, entrá! ¿Te gusta el nuevo departamento, te gusta? ¡Entrá, entrá!

—No sé qué decirte, ¡si recién llegamos! Esperá que vivamos por lo menos un día aquí y te contaré.

—Te dije que te traería a una nueva casa, te dije, para vivir una nueva vida, y aquí estamos, a punto de empezarla, te dije.

—Pero está todo demasiado limpio para mi gusto. Apenas un rato aquí y extraño esa pocilga sucia donde vivíamos antes.

—Todo limpio, todo. Ahora no vas a empezar a quejarte. ¡Disfrutá tu vida en esta nueva casa, disfrutá!

—Además, me parece que hay demasiada luz.

—Mucha luz, mucha luz, acaso ¿querés que estrenemos ya mismo el dormitorio, que está un poco más oscurito, querés?

—Después; ahora primero exploremos la cocina, para ver si hay algo para comer, que tengo un hambre por todo lo que me hiciste caminar para entrar aquí. Espero que el inquilino anterior, nos haya dejado algo.

—Che, ¿no sentís olor demasiado a limpio, no sentís? Está todo como perfumado, está.

—Puede ser, porque a lo mejor quien vivía aquí antes era un metrosexual. Son esos tipos que están todo el día cuidando su apariencia, mirándose al espejo y perfumándose. Pero siento un olor rancio, a "perfume viejo" en las paredes. Es medio extraño el tufo a tabaco impregnado en esta vieja habitación.

—Olores, olores, quedate tranquila que en unos días impregnaremos estas nuevas paredes de nuestros olores, quedate. Ahora disfrutá tu estadía, disfrutá, y no pensés que “estamos usurpando este departamento nuevo”, no pensés.

—¿Usurpando, dijiste? ¿No será peligroso esto? ¿A ver si nos echan?

—Nos echan, nos echan. Peor sería que nos encuentren y nos limpien aquí mismo, adentro.

—Bueno, pero si nos matan, yo quiero morir abrazada a vos.

—Ahora pensando en la muerte, ¡qué cosa! Ya te dije, disfrutá tu pasar, disfrutá la vida, ¡que es tan corta!

—¿No será ilegal lo que estamos haciendo, de meternos a vivir en un departamento nuevo?

—¡Ilegal! ¡Ilegal! Hay tantas cosas que son ilegales. Nosotros no estamos matando a nadie, al contrario, nos estamos "escondiendo" de los que nos quieren matar. Además, cuando entramos el departamento estaba vacío.

—Vacío estaba, sí, cuando entramos. Pero desde ahora lo llenaremos de nuestros hijitos, ¿me los darás, no, mi amor?

—Ah, ahora sí, veo que nos vamos entendiendo, nos vamos. Por lo menos ya pensás en disfrutar nuestra corta vida, no en la muerte.

—Es verdad, amor mío. Pero todavía tengo miedo que irrumpa aquí un nuevo inquilino, con un Baygón en la mano y rociando nuestros cuerpos, diga: ¡Qué de cucarachas había en este departamento!


© Rubén Sada. 10/09/2014.

22 de agosto de 2016

UN CUENTO DE LA EDAD MEDIA

Castillo del Bellver, donde estuvo preso el escritor Baltasar Melchor Gaspar María de Jovellanos


UN CUENTO DE LA EDAD MEDIA

  —“¡Prendedlo !” ˗Ordenó imperativamente el caballero medieval a sus lanceros, fornidos guerreros, que lo tenían rodeado.
El poeta no tuvo temor cuando lo arrestaron, arrojándolo luego a un calabozo donde pasaría muchos años preso.
Allí dentro se le pasaría la vida, con la única tarea de “escribir sus pensamientos”. 
Su cuerpo estaría preso, pero sus ideas volarían en libertad afuera de los barrotes y se transformarían en unas cerillas que propagarían su fuego en el bosque.
Aunque escritas en cautiverio, sus ideas “prendieron”.
Un fósforo puede estar preso en una caja, pero cuando el mismo es prendido, puede iluminar…
… O causar un incendio.
Nunca había sido tan equivocadamente cierto el mandato del caballero medieval a sus soldados: “¡Prendedlo!” Pues fueron esas ideas la luz brillante que propagó en otros el fulgor que puso fin a la “edad del oscurantismo”.
Sus letras causaron un incendio.
Al “prenderlo”, “encendieron” una antorcha.

©Autor: Rubén Sada.


9 de agosto de 2016

ESCALONES DEL MEDIO (Cuento premiado, escrito por Rubén Sada)

Escalones del medio, cuento de Rubén Sada

ESCALONES DEL MEDIO

Era una escalera que se sentía útil a todos, pues gracias a ella las personas podían alcanzar sus objetivos, por altos que estuviesen.
Sus escalones estaban contentos de ser lo que ellos eran, simples escalones, pero como un grupo, formar parte de la escalera, cada uno con una posición asignada en la misma. Los de más abajo eran los primeros en ser usados y además eran los más usados, por estar cerca de "la nada", el suelo. Los escalones del medio también estaban contentos, porque habían crecido algo y ya no estaban tan cerca del piso, siendo el nexo entre los escalones de abajo y los superiores… que eran el objetivo final de quien subía a la escalera.
Pero un día, el escalón de más arriba, orgulloso de su posición, empezó a vanagloriarse de ser el superior. Se manifestaba contento de haber alcanzado una posición bien alta. Empezó a jactarse de no estar en el nivel "inferior" de los otros. Y hasta decía “yo estoy aquí porque me lo merezco, trabajé mucho para lograrlo” y aseguraba... “nadie me va a sacar de ser el primer escalón, mientras esta escalera esté viva”.
El escalón más alto se sentía “el supremo”, muy cerca del cielo. Era algo así como un pequeño dios, al que los demás escalones consideraban “el gran escalón, el más alto”. Lo veían como inalcanzable.
Desde su posición encumbrada miraba para abajo, y decía “aquí las cosas se harán como digo yo, porque soy el escalón superior”. Entre los métodos que el escalón “supremo” utilizaba para frenar la iniciativa y menguar  ánimo en los otros, estaban: El ridiculizarlos en público, el hacerlos sentir mal para que siquiera se animaran a moverse del sitio que se les había asignado. Exhibía desmedidamente sus "blasones" de ser "el primer escalón”.
Así fue que los escalones inferiores y los del medio, escuchando estas declaraciones comenzaron a murmurar entre sí: “¿Quién se habrá creído éste? ¿No se da cuenta que está arriba de todo gracias a nosotros?” Y en verdad era así, por supuesto, ya que no existiría nunca un escalón superior si no existieran los escalones inferiores. Además, los usuarios que quisieran llegar arriba, siempre lo harían “gracias” a la existencia de los escalones de abajo y luego a los del medio. El “gran escalón”, el más alto, empezó a ver en los comentarios de los de abajo una conspiración. Comenzó a sospechar de que algunos de sus compañeros de escalera le podrían quitar el puesto que ostentaba, que era su único orgullo.
Primero pensó: “Me desharé de los escalones inferiores, porque están cerca del piso, y no valen nada. No han crecido, no se han esforzado y por eso no tienen mucho valor”. Pero luego, al meditar bien en su estrategia, se dio cuenta que si eliminaba a los escalones de más abajo, la gente no podría utilizar la escalera, y ésta perdería su razón de existir.
Entonces vislumbró que "la amenaza" eran los escalones "del medio". Después de todo, los de abajo estaban suficientemente alejados él y aunque no tenían demasiado valor, tampoco representaban peligro, porque antes de llegar arriba deberían atravesar "el medio", mientras él estaría a tiempo de advertirlo.
Así, circunscribió su problema a "los escalones del medio". Estos habían crecido y seguían creciendo. Estaban tan cerca suyo, que eran la "verdadera amenaza de su liderazgo", atentando contra su posición de "supremo". ¡Había que eliminarlos! Había que impedir a cualquier costo que los escalones del medio sigan subiendo. Y al no existir escalones del medio, los de abajo de todo, de poco valor, no intentarían jamás escalar,  amenazando el “estatus” del "supremo". Los inferiores seguirían siendo igual de útiles para la escalera, pero sin riesgos para la seguridad del escalón “superior”.
Para cumplir su plan exterminador, comenzó a poner trabas para que los escalones del medio dejen de existir en esta, que ya consideraba era “su” escalera. Serruchó disimuladamente sus costados para que cuando los usuarios lleguen a alturas medianas, se sientan inseguros y con miedo desciendan a la "seguridad" de los escalones inferiores. Desde entonces, un abismo invisible comenzó a aparecer entre los escalones inferiores y “el gran escalón”, haciendo que poco a poco la escalera que tan útil había sido, se arrojara al galpón del abandono, como algo poco útil por carecer de los escalones del medio.
Ya descartada la escalera completa, el escalón superior comenzó a sentirse muy solo. Sus robustos  compañeros del medio no existían más. Añoraba el tiempo en que éstos eran el puente tan útil y necesario entre el piso de la nada y el cielo glorioso donde él había disfrutado estar y en el que se alcanzaba todo. Pero ya no había vuelta atrás. Los escalones del medio ya no existían más. Muy solos quedaron allí "el supremo" y "su séquito" de escalones inferiores, tirados y abandonados en el galpón de la inutilidad.
Moralejas:
1) "Las cosas se valoran recién cuando se las pierde".
2) "Es muy importante cuidar a los escalones del medio, no sólo a los de más abajo".
Autor: Rubén Sada

Este cuento recibió el "SEGUNDO PREMIO" en el "Primer Concurso de Cuento Corto del BANFIELD TEATRO ENSAMBLE." Muchas gracias a los firmantes y al jurado que intervino en la selección de los textos. [VER].

31 de marzo de 2016

EL SECRETO (Un cuento de terror, de Rubén Sada)

EL SECRETO 

(un cuento de terror, de Rubén Sada)

Los personajes y situaciones de este cuento, son ficticios y mera imaginación del autor. Cualquier semejanza con algún suceso real, si la hubiera, es sólo una coincidencia.

—¡Él está vivo! ¡Él está encerrado! ¡Tiene que estar vivo! ¡Sáquenlo de allí!- aseguraba con gritos desgarradores el hombre, mientras se autoflagelaba, golpeando su cabeza contra las acolchadas paredes de una habitación hermética, en el neuropsiquiátrico santacruceño donde estaba detenido desde hacía cinco años. Estaba allí inmovilizado con un chaleco de fuerza y abundantemente medicado con drogas psiquiátricas tan fuertes que tenían el propósito de quemar poco a poco sus recuerdos. ¿Acaso guardaba un "secreto"?
 Él era Néstor Quiroga, guardia de seguridad presidencial, militar de la Gendarmería Nacional. Como “custodio”, tenía a su cargo la vigilancia estricta de una de las mansiones que su homónimo “patrón” -como lo llamaba- poseía entre las trescientas veinticinco mil hectáreas que había comprado a precio vil, en la época de bonanza de su gestión presidencial.
 La fastuosa propiedad era la “favorita” del potentado expresidente, porque algunos fines de semana era un hecho su escapada secreta allí, acompañado de su secretaria y valijas. La asistente y amante, al mismo tiempo era hermana del custodio del lugar. El exmandatario había pedido al único testigo de estas escapadas de pasión furtiva, que guardara el más riguroso secreto de los hechos, ya que si su esposa, la primera dama se enteraba, el custodio y su hermana correrían riesgo de muerte. Así lo declaró éste ante el médico psiquiatra que firmó su inmediata internación en la habitación blanca del “Instituto Mind” de Salud Mental de Río Gallegos.
 La declaración del custodio fue archivada y caratulada como “secreto de estado”, no obstante, en parte revelaba que él siempre quiso saber cuál era “el secreto” que el presidente escondía en aquella mansión. Sus ventanas permanecían siempre cerradas, lo que hacía más intrigante y comprometedor el interior de la casa y mucho más desafiante y riesgoso el conocerlo.
 La casa que escondía “el secreto” era un punto desconocido del mapa, al que sólo se accedía por un largo camino de tierra, punto y línea imperceptibles en la extensa meseta patagónica. Allí, cubierta por una frondosa arboleda que impedía el acceso de cualquier intruso, por no verse siquiera desde el aire, estaba la propiedad que había pertenecido hacía más de un siglo a un colono inglés, a quien unos pobladores, criadores de ovejas, habían encontrado muerto en soledad, encerrado en ella. Muchos decían que en la morada habitaba su “fantasma”, mito que el custodio nunca creyó. No obstante, el deseo de ver ¡qué había allí dentro! se iba transformando en una “obsesión” para él.
 Luego de las visitas furtivas del patrón con su curvilínea secretaria, su codicioso dueño trababa las ventanas por dentro con un hermetismo tal, que la tenebrosidad se apoderaba de las paredes. Pero al custodio esto no le tenía que importar, porque su trabajo era impedir que alguien se acercara siquiera a la casa. Mejor dicho, no le importó hasta que un día el patrón se olvidó de cerrar una de las ventanas y se marchó hasta el siguiente fin de semana, en que como todos, volvería cargado de valijas cuyo contenido vaciaba en la casa.
 El custodio, obsesionado por ver qué escondía el interior de la mansión, aprovechó este olvido y se subió a uno de los pedestales que hacía de cimiento de la centenaria construcción. Por allí subió, abrazado a los ladrillos y trepando de costado, hasta que llegó al alféizar y con el fuerte impulso de sus brazos llegó a presenciar a través del vidrio de esa ventana, lo que siempre había sospechado: la mansión escondía “una bóveda secreta”, celosamente asegurada por una gran puerta circular de acero macizo, similar a las que tienen las entidades bancarias más seguras. Una manivela redonda y una gran botonera electrónica en su frente, advertían al intruso que sería imposible abrirla, a menos que… alguien supiera la combinación, y el único que la sabía, supuestamente, era “el patrón”. Pero ahora él, el custodio, era el único que sabía el secreto de la existencia de esta bóveda. Aunque, mejor dicho, también lo sabía la primera dama, la esposa “legal” de su patrón.
 Acerca de ella, el custodio declaró que el martes 26 de octubre de 2010, luego que su marido llegara a la secreta mansión y descargara el contenido de las valijas, como lo hacía habitualmente, la despechada mujer atravesó la garita de seguridad, manejando su auto a baja velocidad para no ser escuchada. Luego estacionó a unos treinta metros de la entrada y descendió con visible ofuscación, en la suposición de que iba a encontrar a su marido “infraganti” con la secretaria, pero esto no sucedió. No obstante y al rato de su entrada en la vivienda, comenzó a escuchar risas, las fuertes carcajadas de una enajenada mental y los gritos de ella diciendo:
 —Ahora sí tendrás para siempre lo que buscaste, dinero y mujeres, ja, ja, ja, ja. Beberás de tu propia medicina, corrupto avariento, ¿acaso pensabas que yo no podré acumular más plata que vos? ¿Para qué estudié de abogada? ¡Ahora tendrás para siempre lo que siempre codiciaste! Pero no te preocupes, te dejé adentro una botella de whisky y una foto de ella, así podrán amarse en la intimidad “por los siglos de los siglos”. Ah, me olvidaba: si al beberlo le sentís un gusto raro, bebételo todo igual, porque te ayudará a mitigar “tus horas finales”.¡Festejen, tortolitos! Jaaa, ja, ja, ja, ja.
 En el silencio de la inmensidad patagónica, el custodio pudo oír desde la garita de vigilancia a unos cien metros de la casa, esos gritos burlones, provenientes de la garganta despechada de la esposa del patrón. A continuación, ella, ocultando su odio detrás de unos anteojos oscuros, abandonó la mansión, cerrando la infranqueable puerta con llave.
 Luego de media hora sin saber qué hacer o a quién avisar, debido al riguroso secreto que lo ponía en peligro, el custodio fue relevado por su superior en el mando y llevado detenido para ser interrogado, a partir de lo cual se le “recetó” su internación en el Instituto de Salud Mental, debido a su declaración. Al día siguiente, la televisión transmitía el Censo Nacional 2010 informando su desarrollo con toda normalidad, censo en el que todas las casas de la república eran visitadas por censistas para obtener información sobre sus habitantes, mejor dicho, todas las casas menos una: la mansión que hasta el día de hoy sigue escondiendo un intrigante secreto: ¿Qué hay adentro de “la bóveda”? Al mismo tiempo, el país se consternaba por la desaparición física de su favorito presidente. Aunque nadie hasta hoy, seis años después,  haya visto su cadáver y el féretro en el que se lo veló era treinta centímetros más corto que la altura del óbito.
 —¡Él está vivo! ¡Él está encerrado! ¡Tiene que estar vivo! ¡Sáquenlo de la bóveda! — aseguraba con gritos desgarradores el hombre, mientras se autoflagelaba, golpeando su cabeza contra las acolchadas paredes de la hermética habitación del neuropsiquiátrico santacruceño donde estaba detenido desde hacía cinco años. Cuando los médicos oyeron su pedido desgarrador, entraron dos fornidos enfermeros, uno de los cuales portaba en su mano un trapo embebido con éter en cantidad suficiente como para dormir a un caballo, y el otro lo escoltaba portando una jeringa de unos treinta centímetros que translucía una baba amarillenta.
El "secreto de estado", estaba a resguardo.

Autor: Rubén Sada. 31/03/2016.

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